Tus oraciones y limosnas han subido a la presencia de Dios y se tienen en cuenta.

Hechos 10,4b (Biblia del Peregrino)

Cada vez que alguien, o una situación nos sorprenden con lo imprevisto, poco nos preguntamos por el verdadero significado de “imprevisto”, como si nos limitáramos a nuestro marco referencial. Y así tropezamos con las urgencias, como que nos cuesta bajar a nuestro encuentro, volver sobre nosotros mismos. Cualquier contingencia, ya nos distrae, que hasta nos perdemos por entre los escollos y las colinas, y tras montañas de excusas y justificaciones, dejamos de ver el cielo abierto. Al decir de San Buenaventura: “Tu corazón fue herido Señor, para que tuviéramos una entrada libre”.

La Libertad a la que Jesús nos invita, es a través de la Verdad. Y esa Verdad que resuena, de “Lo que hagáis a uno de los más pequeños, me lo hacéis a mí”, que tanto cuesta sostener siendo compasivos con quienes lejos de poder elevar la plegaria a lo alto, a lo sublime, viven el día a día aherrojados, sometidos, oprimidos, en el desgarro del dolor. Tantas veces en el combate de la supervivencia, donde lejos de escuchar el llamado del Ángel, la voz del Espíritu, para acudir donde quien al margen, sin sentirnos aludidos.

Resuena de Juan el Bueno, aquello de la fuerza que baja del cielo, sólo brota de la insistencia en la oración. Cuando la oración es desde la pureza de corazón, incondicionalmente entregada al “Hágase TU Voluntad”.

Enciende en nuestro corazón y nuestra mente la Luz de tu Espíritu, que nos haga ser fiel reflejo de tu Presencia, y así llevarla a quienes no te vislumbran. Por Cristo, la Luz perpetua. Amén.

Ana Oxenford

Hechos 10,1-23

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