Pues si uno es rico y ve que su hermano necesita ayuda, pero no se la da, ¿cómo puede tener amor de Dios en su corazón?
1 Juan 3,17
A diario vivimos y reconocemos que la misericordia del Señor se renueva cada mañana. A veces nos olvidamos de lo frágil que es la vida, es algo obvio despertar en la mañana y seguir con la rutina.
Para algunos no es tan obvio. Mi madre lucha contra su tercer cáncer, mi hermana mayor debe desenvolverse en un mundo donde no es fácil vivir con discapacidad auditiva, mi hermana del medio decidió dedicar su vida al trabajo con menores tutelados por el Estado y yo, yo también tengo situaciones que me recuerdan que la vida es frágil y que no es obvia. Me imagino que usted que lee esta reflexión, seguramente se ha enfrentado a problemas y situaciones que le hacen valorar lo que le rodea.
En mi experiencia en la comunidad de la iglesia, he llegado a la convicción de que un milagro es la manifestación del amor de Dios en acción hacia ti. Es la capacidad de lograr algo, junto con otros, que por nosotros mismos nunca podríamos alcanzar. He sentido un profundo amor de parte de las personas con las que comparto la congregación. Es realmente sorprendente el poder de la oración respondida.
Hermanas y hermanos, en ocasiones solía criticar a mis padres por brindar a otras personas lo que yo deseaba, o por ser amables con aquellos que no los trataban bien. Sin embargo, perdura en mi corazón el recuerdo de la expresión de mi madre al decirme con amor: «Hijo, siempre preocúpate por los demás y hazlo en silencio. Recuerda que hay quienes, sin darse cuenta, han hospedado ángeles».
Dios de amor, que no enviaste a tu hijo al mundo a juzgarlo sino a salvarlo, haznos personas de paz, de apoyo y de guía. Que tu espíritu, que habita nuestros corazones, se manifieste en la iglesia como amor al prójimo. Amen.
Felipe Sepúlveda
1 Juan 3:16-18