Así que, si al llevar tu ofrenda al altar te acuerdas de que tu hermano tiene algo contra ti, deja tu ofrenda allí mismo delante del altar y ve primero a ponerte en paz con tu hermano.

Mateo 5,23-24

Desde bien pequeños nos enseñan que los diez mandamientos se resumen en el llamado “Doble Mandamiento del Amor.” Aprendemos que el desafío de nuestras vidas es encontrar el sano equilibrio entre el amor a Dios, el amor al prójimo y el amor a nosotros mismos. Siempre en su justa medida. Y nunca forzando la balanza a favor de uno en desmedro de los otros dos.

Pero convengamos que, así como, supongo, nadie discutiría la pertinencia de esta “regla de oro”, así también es terriblemente difícil cumplirla. Porque por las circunstancias más diversas, de índole personal, interpersonal, colectiva y hasta genérica, nuestra capacidad de respetar la forma de ser, de pensar, de sentir y de actuar de todos quienes participamos de este triángulo a veces se topa con límites que creemos no poder superar.

Es bueno, justo y saludable que Jesús nos recuerde que más allá de nuestras limitaciones no deberíamos renunciar al mandato de buscar tener paz con todas las instancias que hacen a nuestra identidad como personas. Que no vale la pena desvivirnos por el otro dejando de lado lo nuestro. Que tampoco deberíamos concentrarnos tanto en nuestras necesidades que para nada ni ningún otro queda lugar. Pero que Dios tampoco quiere que ofrendemos generosamente en las celebraciones sin antes haber hecho el máximo esfuerzo por arreglar los conflictos que nos vinculan con nuestro prójimo. Pues uno debe ir, siempre, de la mano del otro.

Sólo aquel que sale en defensa de los judíos, tiene el derecho a elevar cantos gregorianos. (Dietrich Bonhoeffer)

Annedore Venhaus

Mateo 5,21-26

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