El que quiera venir detrás de mí que renuncie a sí mismo, que cargue con su cruz y me siga, porque el que quiera salvar la vida la perderá, y el que pierda su vida a causa de mí, la encontrará.

Mateo 16,24-25

Demasiados cristianos hoy piensan que pueden vivir un cristianismo sin cruz. Son curiosos al pie de la cruz. Son seguidores casuales de Jesús. Como tantos que en la vida pasan sin comprometerse, sin arriesgar nada, cuidando el pellejo, importándoles más “el qué dirán”. Toman su cristianismo con la misma liviandad que poner un poco de leche en el café, sólo un poco de algo agregado a la vida para hacerla interesante.

Me temo que muchos de nosotros aún no hemos escuchado el llamado de Jesús al discipulado incondicional. Aún no comprendemos el verdadero significado de la cruz. Hablamos acerca de la cruz o mostramos la cruz o la llevamos de adorno colgada del cuello, sin ninguna idea de lo que realmente significa. Somos cristianos “lloviznados”, ni mojados, ni secos…

Dos caminos están frente a nosotros hoy.

Está el camino del seguimiento a Cristo, del testimonio de vida y del anuncio alegre pero comprometido del Evangelio, que es el camino de Cristo.

Y está el camino de la mundanidad. Que nos ofrece también sus atractivos anuncios…, así es como vivimos el “da lo mismo”. Da lo mismo hacer bien las tareas diarias que hacerlo más o menos, total no cambia nada. Todo da igual, lo único que importa es el aquí y ahora. Así seguramente salvamos la vida, pero en realidad la perdemos.

Y hay una manera de perder y gastar la vida por el Reino, y allí de seguro, encontraremos nuestra razón de ser y encontraremos a Dios.

Dejo el mundo y sigo a Cristo, acogiéndome a su cruz; y después espero verle cara a cara en plena luz. (Culto Cristiano Nº 161)

Sergio López

Mateo 16,21-28

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