¿Qué, pues, diremos? ¿Perseveraremos en el pecado para que la gracia abunde? De ninguna manera. Porque los que hemos muerto al pecado, ¿cómo viviremos aún en él?
Romanos 6,1-2
Recuerdo que de pequeño me preguntaba muchas veces: “Si un ladrón sale a robar y luego pide perdón a Dios, y después roba de nuevo y vuelve a pedirle perdón a Dios… ¿Qué pasa con este ladrón?”
En el capítulo anterior a nuestro versículo, Pablo resalta que el amor de Dios es amor que sobreabunda aun cuando exista el pecado. Pablo afirma que si bien el pecado sobreabunda, más aún sobreabunda el amor y la misericordia de Dios. Esto es a lo que se refería Martin Lutero cuando decía “peca fuertemente, cree más fuertemente”. Lutero quería comunicar que somos pecadores, y no podemos más que ser pecadores, pero tenemos la gracia de Dios, que es más fuerte que el pecado.
Ahora, retóricamente, Pablo nos aclara que no podemos dar rienda suelta al pecado, tomando por sentado la gracia de Dios. Por eso, volviendo al ejemplo inicial del ladrón, la cuestión aquí radica en el concepto de perdón que maneja el Nuevo Testamento.
El perdón verdadero, deviene del arrepentimiento verdadero. El verdadero arrepentimiento implica que nos debería doler lo que hicimos y hasta quisiéramos volver al pasado para no cometer dicho error. Cuando verdaderamente nos arrepentimos, pedimos perdón, prometiendo a Dios -y a nosotros mismos- que nunca más lo volveremos a hacer.
Pecar dando por sentado el amor de Dios es una burla al Evangelio de Jesucristo. Es errónea la imagen de la Iglesia como el almacén inagotable de gracia divina. La frase: “menos pregunta Dios y perdona”, es totalmente anti-bíblica.
Romanos 6,1b-4
Sergio A. Schmidt