No dejo de dar gracias a Dios por ustedes, recordándoles en mis oraciones.
Ef 1,15-17

Esto es lo que les escribo a ustedes, queridas hermanas y hermanos de América Latina, tal como escribió Pablo a los Efesios. Cuando pienso en ustedes, mi corazón se calienta. Conozco a algunos de ustedes personalmente, a muchos otros no los conozco. ¡Pero estoy agradecida por todas y todos ustedes! Nos separan miles de kilómetros, hablamos idiomas diferentes, tenemos condiciones de vida climáticas, económicas y políticas distintas y una cultura diferente, incluso la llamada cultura alemana de aquí es ahora bastante diferente de la que los emigrantes se llevaron. Nuestros voluntarios, nuestras voluntarias que viven en otro continente durante un año y comparten la vida allí lo saben muy bien. Pero aun así somos una familia en Cristo. Vivimos juntos y trabajamos juntos como miembros de un solo cuerpo. Cuando una extremidad sufre, duele a todos. Cuando a una parte le va bien, las demás se alegran con ella. Y sólo juntos somos capaces de funcionar como Dios quiere. Gracias a Dios que nos tenemos unos a otros, unidos y unidas en la fe, por el bien del mundo, y con la esperanza de que esto se contagie y la iglesia de Jesucristo crezca cada vez más.
Pido al Dios de nuestro Señor Jesucristo, al glorioso Padre, que les conceda el don espiritual de la sabiduría y se manifieste a ustedes, para que puedan conocerlo verdaderamente (v. 17) y que puedan ser útiles miembros para un mundo en paz.

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