Viernes 24 de octubre

 

He peleado la buena batalla, he llegado al término de la carrera, me he mantenido fiel.

 

2 Timoteo 4,7

 

La vida de fe es “una lucha”. Esta es una idea bastante común. Vivir en la lucha. Esta lucha es moral y espiritual; sin embargo, implica un enorme esfuerzo físico, mental y, muchas veces, un enorme esfuerzo económico.
En la carta a Timoteo leemos que “Pablo” menciona con tristeza que algunas personas lo han abandonado por cuestiones materiales, otras se han puesto en contra del trabajo de la iglesia. Al mismo tiempo, pide que por favor le traigan de vuelta un abrigo y algunos rollos escritos que dejó en las comunidades. Pablo siempre muestra mucho afecto entre las personas, pero a veces también cuenta lo mucho que le cuesta que la gente lo entienda y que lo trate bien, o que incluso entre la propia gente en la iglesia se traten bien. En esta carta, Pablo está viendo venir que su ministerio llega a su fin. Pablo está juntando sus cosas y pide que por favor las gente en la iglesia se tome el trabajo con respeto y responsabilidad.
El trabajo en la iglesia es una lucha. La vida de fe es una lucha. Tener convicciones es una lucha. Compartir un hogar en familia es una lucha. La lucha implica poner un poco entre todos: tiempo, esfuerzo, paciencia, ganas, voluntad, plata, en fin, lo necesario. El compromiso con el evangelio es una lucha espiritual de todos los días.
“Que el compartir la mesa en unión, que el disfrutar de esta comunión nos den vigor para anunciar tu reino: lucha, compromiso, desafío y misión” (Canto y Fe número 125).

 

Jorge Weishein

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