Cristo nos ama, y nos ha librado de nuestros pecados derramando su sangre.
Apocalipsis 1,5
Amor de Dios que sobrepasa todo amor y entendimiento. Amor de Dios manifestado en esa cruz como signo también de perdón y redención. Amor en Cristo Jesús, a través del cual nos abraza y conforta. En este amor, Dios ha roto todas las cadenas, desligado toda atadura, y nos ha librado del pecado y de la muerte. Cuando el pueblo estaba esclavo en Egipto, Dios escuchó su ruego y, en su amor, actuó. Se solidarizó con ese pueblo hambriento y sediento a través del desierto, y lo hizo por amor.
Por amor, lo volvió de la cautividad en Babilonia. Por amor, se hizo carne, hueso, tendones y sangre, e irrumpió en medio de la realidad de angustia y pesar que reinaba entre los hombres y mujeres de ese tiempo, de este tiempo, de todos los tiempos. Amor conjugado en acción, mano abierta que acaricia y sostiene. Amor que limpia nuestras llagas, sana las heridas, satisface nuestra hambre y nuestra sed. Hambre y sed de justicia, de compartir la mesa y caminos, acortando las distancias. Amor a contramarcha, que incluye en lugar de excluir, que repara y restaura lo roto y quebrado. Amor del proyecto colectivo, utopía comunitaria de la entrega y del servicio. Amor que es gracia y paz, que es vida y resurrección a plenitud de vida. Amor que es fuego, no un fuego que consume sino fuego que abrasa y calienta, que ilumina rostros y caminos. Aún hoy, ese amor se hace presente en este mundo cada vez, toda vez, que los gemidos del que sufre llegan a oídos de Aquel que es amor por excelencia.
David Juan Cirigliano