Los orgullosos tendrán que bajar la vista, los altaneros se verán humillados. Sólo el Señor mostrará su grandeza en aquel día… Dejen de confiar en el hombre, que bien poco es lo que vale.
La vida del hombre no es más que un suspiro.

Isaías 2,11.22

Los textos bíblicos previstos para estos últimos días del año litúrgico nos llaman la atención sobre una realidad que infelizmente nos gusta esconder: el hecho de que nuestra vida terrenal tiene un fin y no es impune. El profeta nos recuerda que la vida humana es como un suspiro. Y que frente a la grandeza inconmensurable del creador no somos nadie. Nuestros avances científicos y tecnológicos, la autoridad que se deriva de los cargos que ocupamos, las riquezas que acumulamos, nos llenan de orgullo, altanería e ínfulas de poder. Ter- minamos en la idolatría de pensar que podemos manejar la vida sin la intervención de nuestro creador. Es más, adoramos estos ídolos hechos por nuestras propias manos como el progreso científico, la maximización de las ganancias, la explotación masiva de los recursos y nuestra sabihondez. Hasta podemos tener la cara dura de confesarnos ateos y afirmar que todo lo que predica la iglesia son puras mentiras para mantener a la humanidad en la ignorancia. Pero no sabemos cómo combatir la pobreza, el cambio climático, arrugamos frente al coronavirus y ante la muerte que inexorablemente nos tocará. Es pues hora de recapacitar y poner nuestra confianza en quien corresponde. Los ídolos se pueden volver contra nosotros, no nos servirán a la hora de la verdad. Gracias a Dios, lo tenemos a Él, que es como un Padre y una Madre que sabe perdonar, no se olvida de su creación y nos da la esperanza de una vida perdurable en paz y comunión con él.

Federico Hugo Schäfer

Isaías 2,6-22

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