A Dios nunca lo ha visto nadie, pero si nos amamos unos a otros, Dios vive en nosotros y su amor se hace en realidad en nosotros.
1 Juan 4,12
Esta carta aborda la fe cristiana, la entrega de nuestro Señor Jesús para obtener el perdón de nuestros pecados, y cómo cuando Dios forma parte de nuestra vida, el amor fluye como un manantial hacia las personas y todos los senderos que recorremos.
Quiero que nos concentremos en dos conceptos que se desprenden de esta lectura.
En primer lugar, Dios nos amó primero, razón por la cual entregó a su Hijo. El concepto de amor que a menudo se nos presenta en la actualidad difiere significativamente de este amor, ya que en la mayoría de las ocasiones esperamos que el otro dé el primer paso, que el otro hable, que el otro actúe primero, para luego «evaluar» ese gesto y brindar posteriormente «mi amor» hacia esa persona.
La segunda idea resaltada en este texto es darle rostro al Dios que nunca «vimos», pero que en realidad se manifiesta en nuestro prójimo y está presente en nuestras vidas a diario en diversas circunstancias. Tomar conciencia de que el rostro de Dios se encuentra en cada persona que cruzamos, cambia nuestra perspectiva y tiene un impacto directo en nuestros prejuicios hacia los demás.
Esa fuente divina e inagotable de amor vive en cada uno de nosotros y entender que todo lo que hago por el otro, lo que digo, lo que transmito, es en realidad un reflejo de mi interior y lo que hay en él.
Melisa Hilman
1 Juan 4, 7-12