El amor edifica la comunidad.
1 Corintios 8,1

Las problemáticas diarias, ya sean individuales, sociales, políticas, etc., desafían nuestra fe; y la forma en que las abordamos puede generar efectos en las relaciones interpersonales entre hermanos y hermanas.
La discrepancia en estos temas, cuando se aborda desde el fanatismo, lleva a la discordia, es decir, a separar los corazones los unos de los otros. Y lo que ayer era unidad, hoy se vuelve contienda, y mañana división.
Al respecto, el apóstol Pablo aconseja de un modo directo y concreto: tratar las diferencias desde el amor. Propone el amor como antídoto. ¿Antídoto para qué? Para los ingredientes con los cuales se cocina la discordia: dejar de oír al otro, mirarlo de lejos, pasar de largo. Pero, sobre todo, para la olla que los contiene: el orgullo, como fruto de un sentimiento de superioridad frente a los demás. Pues, claro, el que se siente superior, cree que el inferior se debe someter ante él…
Tratar las diferencias desde el amor implica escuchar al otro, obrar con paciencia y apertura al diálogo. No se trata de luchar por tener la razón, sino de allanar los caminos para una convivencia saludable. Y aquí, valga la redundancia, con mayor razón el que se cree superior debe bajar ante el que ve como inferior: hacia el hermano ignorante, para dialogar con sabiduría; hacia el débil, para sostenerlo solidariamente. No por orgullo, sino por amor.
Amar es entregarse olvidándose de sí, buscando lo que al otro pueda hacerle feliz (Libro de Liturgia y Cántico, N°433).

Robinson Reyes Arriagada.

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