Aunque algunos logren escapar a las montañas, como palomas asustadas, todos morirán por sus pecados. Todos dejarán caer los brazos, y les temblarán de miedo las rodillas…Tirarán su plata a la calle, tirarán su oro como si fuera basura. Ni su oro ni su plata podrá salvarlos en el día de la ira del Señor.

Ezequiel 7,16-17.19

Este tipo de  religiosidad, tensa hasta el límite la cuerda entre nuestra esperanza en la justicia divina y la tentación de tomar por nuestras manos propias esa justicia. Por un lado, está claro que Dios ha dictado su juicio sobre aquellos que se han enriquecido ilícitamente, sobre los que han vivido de acuerdo con su codicia. Ahora, en su ira Dios permite que los asirios destruyan Jerusalén. Ellos huyen despavoridos, llenos de miedo, y de nada sirven ganancias malhabidas. Por otro lado, la ausencia de cualquier gesto de misericordia por parte de la divinidad es una provocación e incita a tomar la justicia en mano propia.

Si Dios actúa así, ¿por qué yo no habría de actuar de la misma manera? Él quiere que el pecador muera, ¿por qué no ayudarlo? Los soldados del Estado Islámico Isis, sí, esos que ponen bombas en los aeropuertos, que degüellan a los homosexuales, que toman esclavas sexuales, creen estar actuando de acuerdo con la voluntad santa de Alá, porque también en el Corán hay pasajes que, tomados aisladamente, nos muestran un Dios vengativo, implacable, inmisericorde.

Por eso, para los cristianos es tan importante leer la totalidad de la Escritura, no sacarla de contexto e interpretarla de acuerdo al modelo de conducta de Jesús.

Y digámoslo: estos pasajes, con Jesús, ¡nada que ver!

Irene Weinzettel

Ezequiel 7,14-27

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