Por eso, confiésense unos a otros sus pecados, y oren unos por otros para ser sanados. La oración fervorosa del justo tiene mucho poder.
Santiago 5,16

«Ora por mí y yo oraré por ti. Allí nos encontramos.» Esta es una petición que me gusta hacer cuando me despido de alguien después de visitar su casa. A veces, hay reacciones como «Claro, es cierto, el pastor también necesita que oren por él.» A lo que yo respondo: «¡Por supuesto! ¿Por qué no habría de ser así?»
Todos necesitamos orar los unos por los otros. El apóstol Pablo también, en varias ocasiones, les recuerda a las comunidades que los tiene presentes en sus oraciones. En diversas instancias, pide y agradece por las oraciones en su favor, como podemos observar en la despedida de su primera carta a los Tesalonicenses.
En la oración, reconocemos el poder de Dios y le pedimos que derrame su bendición sobre nosotros. Depositamos en manos de Dios lo que más valoramos y nos preocupa. Durante la oración de intercesión en los cultos, nos congregamos como comunidad para orar por los enfermos y por el mundo. En el Padrenuestro, unimos nuestros espíritus y nuestras voces en la oración universal que Jesús nos enseñó.
Otra oración que es usada muchas veces como inicio de varios grupos de alcohólicos anónimos es la “Oración de la serenidad”, donde piden la guía del Señor para todo momento, especialmente para la lucha diaria de cada uno:
Oramos diciendo: Señor, concédenos la serenidad para aceptar todo aquello que no podemos cambiar. Danos valor para cambiar lo que debemos cambiar. Danos sabiduría para reconocer la diferencia y saber cuál es cuál. Amén.

Jhonatan Schubert

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