Todos nosotros, judíos o no judíos, esclavos o libres, fuimos bautizados para formar un solo cuerpo por medio de un solo Espíritu; y a todos se nos dio a beber de ese mismo Espíritu.

1 Corintios 12,13

¿Cómo se organiza mi comunidad cristiana? ¿Cómo se ejerce el liderazgo? ¿Cómo nos relacionamos entre las personas?

En tiempos de la comunidad de Corinto, la comprensión de la sociedad como un “cuerpo”, donde la “cabeza” (el gobernante, el sacerdote, el líder) gobernaba en forma absoluta sobre los demás “miembros”, era algo común, que reforzaba la idea de superioridad y señorío de unos sobre otros. Esto es cuestionado y rechazado por el apóstol Pablo, quien exhorta al cambio.

Jesús quiere que su comunidad viva y se organice evitando la discriminación, la jerarquización social, el dominio de los fuertes sobre los débiles, y la marginación e invisibilización de los más vulnerables. Al mismo tiempo, nos invita a construir un modelo radicalmente fraternal, amoroso y sincero, sobre todo para los tiempos difíciles y conflictivos, un oasis en el desierto, donde prime la verdad.

Pablo recuerda esta enseñanza del Señor, empleando la noción de “cuerpo” con un significado diferente: en la comunidad cristiana la cabeza es Jesucristo solo, y los miembros están unidos y conectados a ella. Todos son iguales, importantes e indispensables, poseen una función definida, incluso los más débiles y silenciosos. Todos son protagonistas y necesarios para la misión; pero, sobre todo responsables de ella. Riquezas, educación, género, color de piel, ordenación a un ministerio, no pueden limitar la participación, menos la responsabilidad.

Señor, ayúdanos a amarnos como hermanos, a relacionarnos como iguales, y a trabajar alegremente por la misión, unidos y en armonía.

Robinson Reyes Arriagada

1 Corintios 12,12-26

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