En seguida se acercó y tocó la camilla, y los que la llevaban se detuvieron. Jesús le dijo al muerto: “Joven, a ti te digo: ¡Levántate!” Entonces el que había estado muerto se sentó y comenzó a hablar, y Jesús se lo entregó a la madre.

Lucas 7,14-15

La muerte de por sí asusta y da mucha tristeza. Y más si es de una persona joven, aparecen muchas preguntas y nos ponemos en el lugar de sus deudos. En este caso, era hijo único, de una madre viuda.

Pero a la tristeza de la vida humana, Lucas agrega la compasión de Jesús, quien se conmovió en lo más profundo de su corazón. Compasión es una palabra fuerte que en los evangelios es utilizada en varias ocasiones. Si alguien logra dar a una persona, por más que sea un solo momento, sentimiento de ser feliz, valorado, darle una alegría, significa que tiene la capacidad de influir con su empatía, a una persona. Y esa es la señal que dio Jesús, que con su compasión podía influir sobre la viuda, y sobre los demás presentes, devolviéndole su dignidad como persona, por el solo hecho que alguien la ve como humana en su dolor y está junto a ella.

Puede ser que nos encontremos ante un milagro del diagnóstico y Jesús viera que el joven estaba bajo un trance cataléptico, como les sucedía a muchos en Palestina. No interesa; el hecho es que Jesús pidió la vida de ese joven, que estaba marcado por la muerte.

Jesús no solamente es Señor de la vida; es también Señor de la muerte sobre la que triunfó.

Dios Padre, en tus manos llenas de amor, ofrecemos nuestras vidas. Tú harás milagros. Amén.

Ricardo Martín Schlegel

Lucas 7,11-17

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