Los convencí por medio del Espíritu y del poder de Dios, para que la fe de ustedes dependiera del poder de Dios y no de la sabiduría de los hombres.
1 Corintios 2,5

La proclamación de la Palabra es todo un misterio. Se basa en los textos de las Sagradas Escrituras de las cuales sostenemos que son “Palabra de Dios”. Pero también están las palabras de aquellos que buscan interpretar la “Palabra de Dios”. Y luego están las que resuenan en quienes escuchamos tanto la “Palabra de Dios” como su interpretación y le impregnamos un significado personal. Y por encima de todo está el Espíritu de Dios que sopla con poder queriendo penetrar nuestras almas y acercarnos aquello que Dios nos quiere decir. A ti. A mí. A todos.
Si Pablo afirma que aquello que convenció a los corintios no fueron sus palabras personales sino el Espíritu y poder de Dios que a través suyo obraron en ellos, una idea muy clara tenía de que lo que vale no son nuestras palabras humanas poco objetivas y siempre efímeras, sino la fuerza del Espíritu de Dios que nos utiliza para su proclamación. Si una proclamación te llegó al corazón, si un mensaje te tocó y te cambió la vida no es por obra de quien te lo predicó sino por el poder del Espíritu de Dios que utilizó al predicador para llegar a ti. Y qué maravilloso es para quienes predicamos cuando nuestras propias palabras se independizan y nos vuelven a nosotros mismos como “Palabra de Dios”.
Reconozcan el poder de Dios: su majestad se extiende sobre Israel, su poder alcanza el cielo azul. (Salmo 68,34)

Annedore Venhaus

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