Entonces el rey dijo al varón de Dios: “Te pido que ruegues ante la presencia de Jehová tu Dios y ores por mí para que mi mano me sea restaurada; y el varón de Dios oró a Jehová y la mano del rey se le restauró…”

1 Reyes 13,6

El escritor registra los acontecimientos que acompañaron el reinado de Jeroboam en el reino del Norte. Empieza contando que el flamante rey buscó seguridad construyendo edificios. Comenzó fortificando ciudades, designó una capital a su reino y se fue a vivir en ella. Buscaba consolidar el reino y para evitar que su gente fuera a celebraciones religiosas en Jerusalén (como era la tradición), restauró los santuarios de Dan y Betel, colocando en ellos ídolos paganos rememorando al egipcio buey Apis.

El toro ha sido desde antiguo un animal muy respetado por los campesinos y la mayoría lo era en el reino del Norte. Tal vez por eso llegaron a compartir las celebraciones cananeas al dios Baal (señor); pues les resultaba fácil y cómodo animados por la participación del rey en persona en esos sacrificios idolátricos.

Allí lo encontraron los profetas que intervinieron en defensa de la fe de los judíos, llamándolo a que dejara esa pagana costumbre.

Un profeta anónimo le avisa así, por orden de Dios, la ruina de Betel y la casa de Jeroboam, llenando al rey de miedo.

A Jeroboam le tocó ver el altar destruido, que se le secara una mano paralizándola; entonces muy alarmado clamó al Señor pidiendo al profeta que orase por su situación. Y el Dios de amor, el que todos conocemos, respondió, sanando al rey. Muchas fueron las evidencias que siguió recibiendo Jeroboam de que Dios no aprobaba su conducta, pero no escarmentó ni cambió sus malos hábitos, por eso tuvo mal fin. Aquí vemos hecho realidad el refrán que dice: “El hombre es el único animal que tropieza dos veces con la misma piedra.”

Siempre que no escarmentemos, que no aprendamos de nuestras experiencias nos ira igual que a Jeroboam. Todos podemos tener el mismo “Jeroboam” en nuestro interior, que nos hace equivocar el camino, avanzando con nuestro orgullo en alto y dejando el tendal de afectados. ¿No será hora de autocrítica y cambios?

A ti Señor te pedimos perdón en este momento, por los pecados de acciones, palabras y pensamientos. (Canto y Fe Nº 115)

Alicia S. Gonnet

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