Los hemos exhortado y consolado, como lo hace un padre con sus hijos.
1 Tesalonicenses 2,9-11
Como líderes y miembros de la iglesia somos los encargados de difundir la palabra de Dios, de hacerla propia en cada acción y enseñar sobre ella. Pablo era un gran líder que predicaba el Evangelio, con una motivación real de que los pueblos entiendan el mensaje de Dios y puedan vivir en la fe.
Los tesalonicenses cuando aceptaron el mensaje de la segunda venida de Jesús, se relajaron y dejaron de lado sus deberes. Luego, Pablo les dijo que debían esperar al Señor trabajando duro, trabajando para que se agrande Su Reino, por la evangelización, la alabanza, y para que más personas crean en Él.
Pero hay una enseñanza muy importante en esta historia además de trabajar para el Reino de Dios y poner nuestros dones al servicio. Así como ayer reflexionábamos sobre que Dios nos da las fuerzas y el espíritu necesarios para llevar Su palabra, este valor debe ser cuidado, para que realmente sea la palabra de Dios la que resplandezca y no nosotros mismos en nuestro afán de obtener reconocimiento por nuestras buenas acciones.
Es correcto que trabajemos duro, pero siempre debe ser para gloria de Dios y no persiguiendo un objetivo propio, no para recibir veneraciones por nuestro trabajo, ni relucir frente a los demás. Sino con una auténtica convicción de que lo hacemos para el Reino, para predicar Su palabra, siendo servidores y fieles en el ministerio.
Que nuestro buen Dios nos ilumine en nuestro andar, nos de fuerzas y certezas, y nos acompañe para ser sus mensajeros. Dios, condúcenos a transmitir esa alegría de trabajar por Tu Reino, entregándonos enteramente a ello.
Daniela Schenhals