Esto lo repitió durante muchos días; pero Pablo se molestó mucho y, finalmente, se dio vuelta y le dijo a ese Espíritu: “¡En el nombre de Jesucristo, te ordeno que salgas de ella!” Y al instante el espíritu la abandonó.
Hechos 16,18
La misión de Pablo entre los gentiles lo lleva a vivir situaciones inesperadas. En Filipos, durante el día de reposo, Pablo, acompañado por Silas y Timoteo, comienza a predicar a algunas mujeres que habían ido al lugar de oración, entre las cuales se destaca Lidia. Inspirado por el Espíritu, Pablo predica a estas mujeres antes de que lleguen los hombres necesarios para comenzar la celebración. Lidia invita a Pablo, Silas y Timoteo a hospedarse en su casa. Pero lo más notable es que en esa ciudad hay una joven con espíritu de adivinación.
A pesar de nuestra “civilización tecnológica” actual, mucha gente sigue recurriendo a especialistas para pronosticar o adivinar el futuro. Conocer lo que depara el futuro sigue siendo un anhelo vigente. Lo preocupante es que esta joven es explotada por algunas personas para obtener dinero. La utilizan como negocio. Su don la ata a sus amos y se convierte en una especie de cárcel que la somete y doblega su voluntad. Esta joven sigue a Pablo una y otra vez, día tras día, gritando: “Estos son siervos del Dios altísimo y les anuncian la salvación”. Pablo pierde la paciencia, se enoja con el espíritu, ¡no con la muchacha! Y en ese momento, con un exorcismo, echa al espíritu y libera a la muchacha. Esta es una manifestación clara del Espíritu de Dios que libera, desata y nos permite ser quienes somos. Aquello que ata no es de Dios; utilizar el “don” de otros como negocio no es de Dios. Dios no nos aliena; nos da su Espíritu para que podamos ser realmente quienes somos en integridad y autenticidad, sin sometimientos. Los “dueños” de la muchacha denuncian a Pablo, Silas y Timoteo por hacerles perder sus ganancias. Ellos también están presos, pero del espíritu de avaricia que solo ve a las personas como objetos.
Líbranos, oh Dios de los falsos espíritus. Amén.
Juan Carlos Wagner