Si un profeta profetiza la paz, solo cuando se cumple la palabra de ese profeta es reconocido como profeta verdaderamente enviado por el Señor.

Jeremías 28,9

¿Acaso los creyentes no debiéramos anunciar la paz, la armonía, la ausencia de conflicto? Es lo que hizo el profeta Ananías cuando quebró el yugo de madera que Jeremías llevaba en su cuello y luego anunció que así Dios rompería el yugo del imperio Babilónico para que Israel inicie un nuevo tiempo de paz. Ananías aprovecha y promueve el rechazo y el odio que genera una potencia extranjera dominando el país. Seguro que la gran mayoría deseaba lo mismo que Ananías. Sin embargo, el tiempo mostró cuán lejos estaban esos deseos de cumplirse. La derrota y sumisión a manos de los babilónicos era un fracaso enorme para la nación de Israel, pero negar esa derrota o minimizarla sería aún peor. Jeremías tuvo esa certeza y por eso se opuso y desafió a Ananías sufriendo el rechazo y la persecución de los que no querían oír.

Como sociedades y también como personas, hay circunstancias en las que nos sentimos tentados a actuar como Ananías. Queremos negar las consecuencias de nuestros actos; minimizar los resultados de nuestras opciones, de nuestras elecciones; nos ilusionamos con resolver rápida y mágicamente las dificultades en las que estamos. Así nos exponemos a repetir errores; a aumentar el daño causado; a ampliar el tiempo necesario para superar esas situaciones desgraciadas.

Desde Pentecostés la dimensión profética de la fe es parte constitutiva de la misión de la Iglesia cristiana. Palabra profética que demanda paz, sí, pero con justicia, que incluya a los desposeídos y cuidado del planeta para todas y todos.

Sabino Ayala

Jeremías 28,1-17

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