Viernes 31 de octubre

 

Día de la Reforma

 

Bienaventurados los pobres en espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

 

Mateo 5,3

 

Este versículo inaugura las Bienaventuranzas, una serie de declaraciones que Jesús hace sobre quiénes son bendecidos. “Pobres en espíritu” se refiere a aquellos que reconocen su necesidad espiritual y su dependencia de Dios. Este reconocimiento de la propia pobreza espiritual es fundamental para la vida cristiana y resonó profundamente durante la Reforma, la cual enfatizó la justificación por la fe y no por las obras.
La iglesia nace por la obra del Espíritu Santo. La fe en Dios comienza con el Espíritu Santo, por eso consideramos al Pentecostés como el cumpleaños o el nacimiento de la iglesia cristiana. En términos de origen, la fe en Dios es la base sobre la cual se construye el amor al prójimo. La fe en Dios nos inspira y nos capacita para amar a nuestro prójimo.
He escuchado muchas opiniones de teólogos sobre cómo hacer crecer la iglesia, pero muy pocos mencionan la espiritualidad, es decir, tener un encuentro con el Espíritu Santo que despierte la fe en muchas comunidades. Hay muchos que piensan que las iglesias están disminuyendo y algunas están muriendo. Esto es cierto, pero no la iglesia de Cristo, sino en algunas denominaciones. Otras iglesias, quizás de otras denominaciones, están creciendo rápida y exponencialmente en muchos países alrededor del mundo. Y crecen porque enfatizan tener un encuentro espiritual genuino con Jesucristo como primer paso. Despertar a la fe, lo cual, por supuesto, luego conduce al amor por los demás.
Enfatizar el ejercicio del amor es bueno, pero ese amor debe basarse en la fe que tenemos en nuestro Señor Jesucristo, quien nos lo manda. De lo contrario, es simplemente amor humano, similar a la asistencia social que cualquier gobierno podría llevar a cabo incluso sin creer en Cristo. El amor que proviene de la fe, del Espíritu Santo, es el verdadero amor de Jesús que conduce al auténtico testimonio y al crecimiento espiritual de la iglesia (Juan 13,35).

 

Enzo Pellini

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