Dios, habiendo hablado muchas veces y de muchas maneras en otro tiempo a los padres por los profetas, en estos postreros días nos ha hablado por el Hijo, a quien constituyó heredero de todo, y por quien asimismo hizo el universo.
Hebreos 1,1-2
Necesitamos hacer un alto en nuestros días, alejarnos del ruido, tanto externo como interno, para escuchar la dulce voz de Dios. Su palabra es eterna, poderosa y creadora. Es una voz que llama, que sana y que transforma.
Dios nos ha hablado y continúa haciéndolo de diferentes formas. Pero en Jesucristo escuchamos la mismísima voz del creador.
“A Dios nadie le vio jamás; el unigénito Hijo, que está en el seno del Padre, él le ha dado a conocer”. (Juan 1,18). Él nos los dio a conocer no solo a través de sus enseñanzas, sino también mediante sus acciones en favor de los que sufren y están desposeídos. Él es la voz que nos anima, nos consuela y nos guía en el camino. El Espíritu estaba sobre Él y fue ungido para predicar las buenas nuevas a los pobres, proclamar la libertad a los cautivos, sanar a los quebrantados de corazón, devolver la vista a los ciegos y liberar a los oprimidos. Su voz continúa atravesando nuestras mentes y corazones. Su palabra continúa transformando nuestras vidas.
Gracias, Dios, por hablarnos a través de las palabras llenas de amor y misericordia pronunciadas por Jesús. Por lo tanto, en este momento, exaltamos tu bendito nombre y reafirmamos nuestra fe confesando:
“Creo en un solo Señor, Jesucristo, Hijo único de Dios, nacido del Padre antes de todos los siglos: Dios de Dios, Luz de Luz, Dios verdadero de Dios verdadero, engendrado, no creado, de la misma naturaleza del Padre, por quien todo fue hecho” (Extracto del Credo Niceno).
Sergio Utz