Entonces le preguntaron: “¿Y cómo es que puedes ver?” Él les contestó: “Ese hombre que se llama Jesús hizo lodo, me lo untó en los ojos, y me dijo: ‘Ve al estanque de Siloé, y lávate.’ Yo fui, y en cuanto me lavé, pude ver.” Entonces le preguntaron: “¿Dónde está ese hombre?” Y él les dijo: “No lo sé.”

Juan 9,10-12

De chiquita detestaba jugar a los juegos de confianza, aquellos en los que me tapaban los ojos para que no pudiese ver y me daban la consigna de atravesar un camino lleno de obstáculos guiándome por las voces que escuchaba para no tropezar. Me costaba el tener que dejar de controlar la situación, dejar de ver lo que me rodeaba, y dejarme llevar por mis otros sentidos.
Me da un poco de envidia la pura y sencilla confianza que tiene el hombre que nació ciego. El hombre confió ciegamente, valga la redundancia, en lo que Jesús le transmitía; y cuando Jesús le dijo “Ve al estanque y lávate”, él simplemente fue sin dudar.
Hace unos años me sentía estancada, sin rumbo exacto, chocándome con los obstáculos. Un día se me presenta la oportunidad de cambiar de rumbo, de realizar un proyecto desconocido y un poco alocado. Mientras leía la propuesta sentí como si alguien me decía: anda a ese lugar y realízalo. En ese momento fui un poco el hombre que nació ciego que sencillamente dijo: “Y fui a donde me dijo”. Ese proyecto me hizo volver a ver, me hizo alejarme de los obstáculos y no dudo cuando digo que Jesús, mediante el Espíritu Santo que habita en mí, me dijo “ve y lávate”.
Jesús es como ese grupo de amigos que me tenían que guiar en el juego de la infancia. ¿Recuerdas algún momento donde Jesús te fue ayudando a atravesar el camino?
“Behüte mich, Gott”: Guárdame, Dios, porque confío en ti. Me enseñarás el camino de la vida, me colmarás de gozo en tu presencia. (Cantos de Taizé)

Carolina F. Schimpf

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print