Oren para que yo lo dé a conocer tan claramente cómo debo hacerlo.
Colosenses 4,4

La oración es esencial a la fe cristiana en la comunidad cristiana y el creyente. Sin embargo, muchas hermanas y hermanos dicen que no pueden orar porque les faltan las palabras o a veces no tienen la tranquilidad necesaria. También están aquellas personas que dicen no encontrarle sentido a la oración, porque no se obtiene respuesta.
Hoy, humildemente, queremos aprender a orar no sólo por las necesidades y angustias propias. El apóstol pide a la comunidad la oración de agradecimiento e intercesión. Especialmente para que pueda predicar, enseñar y dar testimonio adecuado del Evangelio.
En los inicios de mi ministerio experimenté -en varias ocasiones, visitando enfermos- cómo éstos al compartir la oración pidieron por mi persona, mi familia y que Dios me diera fuerza y claridad para predicar y enseñar su palabra. Quedé muy impactado por estas oraciones, y en más de un momento de mi vida el recuerdo de aquellas personas orando por mí, me volvió a dar fuerzas y ánimo.
La oración de intercesión, al finalizar nuestras celebraciones o cultos, es decir, la oración por el mundo, por la iglesia, por los servidores de la palabra, por los enfermos, los solitarios, o sea, nuestra palabra dirigida a Dios para que acompañe “al otro”, y no solamente a mí en mi situación, es la oración que expresa “constancia” y el saber “aprovechar bien el tiempo”, como aconseja el apóstol.
Para encontrar sentido en la oración me ayuda también lo que escribió en una poesía Søren Kierkegaard:
“Aprendí que orar no es solamente hacer silencio o quedarse callado sino escuchar. Así es, orar no significa escucharse a sí mismo. Orar significa: Quedarse callado y esperar, hasta que escuche a Dios.”

Everardo Stephan

Colosenses 4,2-6

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