Todos los que son guiados por el Espíritu de Dios, son hijos de Dios. Pues ustedes no han recibido un espíritu de esclavitud que los lleve otra vez a tener miedo, sino el Espíritu que los hace hijos de Dios. Por este Espíritu nos dirigimos a Dios, diciendo: “¡Abbá! ¡Padre!”
Romanos 8,14-15
Son palabras hermosas. Todos confiamos en que somos guiados por el Espíritu de Dios y pertenecemos a Dios desde el bautismo. Y este texto nos trae buenas noticias.
Lamentablemente, muchas confesiones religiosas cristianas trabajan basadas en el miedo, haciendo referencia al fin del mundo y llenas de calamidades y momentos terribles. Pero el texto nos enseña que el Espíritu de Dios no es un espíritu de esclavitud que nos infunda temor. Es un Espíritu que nos ayuda a tener una relación hermosa con Dios, nuestro Padre.
Si el miedo esclaviza, el amor libera. Y el Espíritu de Dios es un espíritu de amor. Precisamente por ese amor es que podemos llamar a Dios Abba, una palabra que en su idioma original (arameo) significa “papá” o mejor aún “papito”, que es el término que un hijo pequeño usa para llamar a su padre. Esta es la relación que el Espíritu de Dios desea que tengamos con nuestro Padre Creador: una relación de confianza, llena de amor, donde el miedo no tiene cabida, porque el miedo aleja el amor, pero el amor expulsa el miedo.
Sintámonos felices de que el Espíritu de Dios nos anima a tener una relación hermosa con nuestro Dios, podemos llamarlo como un niño llama a su padre, con toda la confianza de que su padre lo atenderá, cuidará y alzará en sus brazos. No necesitamos tener miedo de Dios. Demos gloria a Dios por eso y disfrutemos de la vida cristiana, que está llena del Espíritu de amor y de un Padre que nos cuida.
Armando A. Weiss