Cuando Mardoqueo supo todo lo que había pasado, se rasgó la ropa en señal de dolor, se vistió con ropas ásperas, se echó ceniza sobre la cabeza y empezó a recorrer la ciudad dando gritos de amargura.
Ester 4,1
Estimado Mardoqueo:
Puedo imaginarme tu inmenso dolor y tu sensación de impotencia frente a un decreto cruel y macabro que ordenaba el exterminio de tu pueblo. Una decisión que respondía a la xenofobia, al odio y a la discriminación de un tirano como Amán, a quien “se le subieron los humos” dentro del palacio. Se ganó la confianza del rey, quien le facilitó el anillo para sellar las cartas asesinas. Se entiende por qué, como señal de dolor te rasgaste las vestiduras, te pusiste ropas ásperas, te echaste ceniza, ayunaste y dabas esos gritos desgarradores.
Sin querer minimizar aquella tremenda situación que sufriste vos y tu pueblo en el exilio, te diré que, aunque hayan pasado ya tantos siglos, hasta hoy perduran la discriminación, el racismo, el rechazo hacia quienes son diferentes, la intolerancia para con quienes no comparten una determinada ideología o religión, como también el machismo brutal. Es muy triste, estimado Mardoqueo, que los seres humanos no hayamos aprendido todavía a aceptarnos, respetarnos y valorarnos con nuestras diferencias.
Vos tuviste una ventaja: que tu sobrina, Ester, fuese esposa del rey, y pudiste pedirle que influyera sobre él para que anulara el decreto. Sin embargo, ¡cuántas personas que hoy son maltratadas y amenazadas no tienen acceso al poder, ni influencias!
Te expreso mi solidaridad, y prometo no ser indiferente ante las situaciones que amenacen la vida en nuestro tiempo.
Un fuerte abrazo.
Bernardo Raúl Spretz
Ester 4,1-17