Viernes 8 de noviembre


Porque Cristo no entró en aquel santuario hecho por los hombres, que era solamente una figura del santuario verdadero, sino que entró en el cielo mismo, donde ahora se presenta delante de Dios para rogar en nuestro favor. 25 Y no entró para ofrecerse en sacrificio muchas veces, como hace cada año todo sumo sacerdote, que entra en el santuario para ofrecer sangre ajena.

Hebreos 9,24-25

La llegada de Jesús al mundo no fue un hecho fácil de comprender, y hoy en día todavía nos cuesta entenderlo. No es que no sepamos leer, sino que la libertad que trae consigo su presencia es difícil de comprender. No se trata solo de la palabra, sino de todo lo que la palabra trae consigo.
En esta época de secularización en la sociedad, a menudo escuchamos a personas decir: “No necesito que Dios me libere de nada”. Sin embargo, no siempre somos conscientes de cuántas cosas nos esclavizan y nos atan. Incluso la búsqueda de la autonomía, esa idea de que podemos hacerlo todo solos, y la autoexigencia, la creencia y aspiración de ser perfectos en todo, son algunas de esas ataduras, aunque hay otras más.
Nuestro Dios es un Dios que ama a la humanidad, conoce nuestras luces pero también nuestras sombras y aún así nos ama, imperfectas, incompletos, más o menos capaces, intrépidas, temerosos, cada cual con sus imperfecciones y sus capacidades.
Dios nos conoce y nos acepta, esa es la fuente de la libertad. Desde ese lugar, podemos romper cadenas. Si sabemos que tenemos ese valor, encontramos la fuerza para hacer lo que queramos o lo que debamos hacer. Y si no olvidamos que esa fuerza nos viene de Dios, cualquier acción que realicemos será sin culpa ni miedo. Será bueno y hermoso, a semejanza de Dios mismo, y estará al servicio de la comunidad.

Cristina La Motte

Compartir!

Share on facebook
Facebook
Share on twitter
Twitter
Share on linkedin
LinkedIn
Share on whatsapp
WhatsApp
Share on email
Email
Share on print
Print
magbo system