Escuchen este mensaje del Señor todopoderoso, el Dios de Israel: “Mejoren su vida y sus obras, y yo los dejaré seguir viviendo en esta tierra. No confíen en esos que los engañan diciendo: ‘¡Aquí está el templo del Señor, aquí está el templo del Señor!’ Si mejoran su vida y sus obras y son justos los unos con los otros; si no explotan a los extranjeros, a los huérfanos y a las viudas, ni matan a gente inocente en este lugar, ni dan culto a otros dioses, con lo que ustedes mismos se perjudicarían, yo los dejaré seguir viviendo aquí, en la tierra que di para siempre a sus antepasados.”

Jeremías 7,2-7

¿De que valen nuestros cultos si despreciamos la ley y la palabra de Dios? La ley de Dios puede falsificarse y convertirse en letra muerta, que ya no es expresión de su voluntad.

No se trata de cuestionar nuestros cultos. Lo que se cuestiona es que esto no sea fruto de un corazón sincero, de un real encuentro transformador con el Dios de la vida. Una religiosidad de apariencias, vacía de contenidos, un teatro, una farsa que nos brinda una falsa seguridad. Jesucristo luchará contra este tipo de religiosidad que privilegia las prácticas religiosas sobre las personas. La palabra de Dios ha de transformarse en palabra viva en el corazón del hombre. Lo que vale es la integridad de corazón que nos orienta al prójimo, a mejorar nuestras vidas y practicar la Justicia.

El verdadero culto implica que la palabra de Dios sea el principio que rige nuestras vidas. Es despojarse y dejarnos desafiar en el encuentro con otros y otras. Así podremos continuar viviendo en verdadera paz en la tierra que Dios nos dio para todos y todas.

Sergio Utz

Jeremías 7,1-15

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