Cuando el capitán romano vio lo que había pasado, alabó a Dios, diciendo: De veras, este hombre era inocente.
Lucas 23,47
Con frecuencia Jesús contó parábolas sobre el reino de Dios. Acercó a la gente la gran visión de un reino de nueva vida. En la hora de la muerte se ocupa de uno que le pide ser incluido. Jesús perdona al culpable y lo lleva al reino de Dios. El arrepentimiento y la entrega de aquel asesino ante Jesús, el Cristo, colgados con sus respectivas cruces, significa que en Dios hay perdón.
Jesús confió totalmente en Dios. Su cuerpo, su mente, su alma, todo lo que tiene y lo que es, lo confía a las manos de Dios.
Amor a los enemigos, la promesa del paraíso y la perfecta confianza en Dios son características de la vida y muerte de Jesús.
Junto a la cruz se encontraba el pueblo. Algunos, curiosos, miraban de lejos. Los que detestaban el mensaje de Jesús, con ironía decían: “Si salvó a otros, que se salve a sí mismo”. Otros, reconocieron que necesitaban el perdón en sus vidas, como aquel malhechor colgado junto a Jesús.
Por fin, culminando la agonía en la cruz, Jesús dijo: “Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu”.
Posiblemente sea el capitán romano que estaba a cargo de ejecutar la crucifixión quien se impactó por lo que había presenciado. Sus palabras son la exclamación de una confesión que cambió el rumbo de su vida.
¿Cómo toca tu vida este drama de la cruz de Jesús?
Oramos: Te ruego, oh Dios, pueda seguir el ejemplo de Jesús, y aprenda a confiar toda mi vida en las manos de Dios. Amén
Bruno Knoblauch
Lucas 23,32-49; Salmo 22; Isaías 52,13-53,12; Hebreos 10,16-25; Juan 18,1-19,42; Agenda Evangélica: Lucas 23,33–49