El Señor me tomó fuertemente con su mano y me advirtió que no siguiera el camino de esta gente. Me dijo: “No llamen ustedes conspiración a todo lo que este pueblo llama conspiración. No se asusten ni tengan miedo por todo lo que a ellos les da miedo. Al Señor todopoderoso es a quien hay que tener por santo; a él es a quien hay que temer…”
Isaías 8,11-13
A cada paso en nuestra vida se ponen en juego nuestras lealtades. ¿A quién o quiénes haremos caso? ¿A quién o quienes tendremos miedo? Isaías recibe el mandato de anunciar una severa advertencia de parte de Dios a Israel y Judá por su desobediencia y por el incumplimiento de sus mandamientos. Pero aún en medio de tantas palabras sombrías
y dolorosas, encontramos este mensaje de aliento y de esperanza.
¡Qué hermosa imagen la de Dios tomando fuertemente con su mano al profeta! Cuando una persona se está hundiendo y clama por auxilio,
¡qué importante es que otra le tienda una mano!
En este tiempo de pandemia, ¡cuánto se extraña el gesto de dar la mano para un saludo, o el tomarse de las manos para la oración! Es reconfortante pensar que Dios nos toma de la mano, y más aún, nos toma con su mano, la cual nos abarca, nos cubre y nos contiene en situaciones de dolor y sufrimiento, en momentos de incertidumbre y de dudas en el presente y con miras al futuro. Y que no permanece callado sino que, al igual que al profeta, nos habla, aclara nuestro desconcierto, y nos advierte para que no demos crédito a los discursos alar- mistas. Él nos invita a no asustarnos ni tener miedo, pues es Dios quien tiene la historia y la vida de los seres humanos en su mano. Todo está bajo su control y cuidado. Esto debe darnos paz y tranquilidad.
En tus manos, Señor, en tus manos siempre estamos, Señor, siempre estamos. No importa de dónde vengamos ni a dónde tengamos que ir, de la extensión de tus manos, Señor, nunca podremos salir. (Canto y Fe Nº 242)
Bernardo Raúl Spretz
Isaías 8,1-15
