Y así se presentó Juan el Bautista en el desierto; decía a todos que debían volverse a Dios y ser bautizados, para que Dios les perdonara sus pecados.
Marcos 1,1-8
Los cultos con bautismo de niños son, para mí, los más lindos. Es en esas ocasiones donde siento de manera particular, que el bautismo y la bendición de Dios son regalos, regalos de Dios. Una personita es llevada por sus padres y padrinos, y en el momento del bautismo está revestida no sólo del agua sino a la vez también del cariño y el amor de todas las personas que le rodean. Ese momento, en el que se concede a la pequeña criatura amparo y protección frente a todo maligno. Y los niños más grandes rodean la pila bautismal mirando asombrados. Así fue también en tu bautismo. Dios te fortalece en el bautismo. No debes temer, porque Dios está a tu lado, sin importar lo que suceda.
Recordar a Juan el Bautista evoca otro aspecto del bautismo que en las ocasiones de bautismo de infantes a veces a penas surge: inicialmente el bautismo marca un completo cambio de vida, la conversión a Dios y el perdón de los culposos enredos en la vida anterior. Quien se bautiza de adulto, efectúa un cambio de dominio y sigue a Jesús, en pleno sentido del sermón del monte: practiquen la misericordia y el amor, cultiven la paz, tengan sed y hambre de justicia, dediquen sus vidas a los pobres, sean hospitalarios. Juan el Bautista nos recuerda hoy de la promesa que damos en el bautismo (y que, en caso de ser bautizados de niños, lo ratificamos en la confirmación): seguir a Cristo.
Señor, hazme un instrumento de tu paz, donde haya odio, que yo lleve el amor; donde hay ofensas, que yo lleve el perdón; donde hay discordias, que yo lleve la unión; donde hay mentiras, que yo lleve la verdad; donde persista la duda que yo lleve la fe; donde impera la desesperanza, que yo lleve la esperanza; donde reina la oscuridad, que yo encienda la luz; donde hay tristeza, que yo lleve la alegría. (Francisco de Asís)
Heike Koch
