Lo que él hace es justo y verdadero; se puede confiar en sus mandamientos,
Salmo 111,7
Justicia y verdad. Son conceptos difíciles de definir en la era de la posverdad y la posjusticia. Vivimos en un tiempo en el que resulta complicado establecer parámetros válidos, ya que estamos constantemente bombardeados por noticias que nos llegan como cataratas, sin permitirnos el tiempo mínimo necesario para analizar o verificar sus fuentes. En este entorno, hace no mucho solíamos decir: “Estuve investigando…”, pero ahora decimos: “Lo vi en la televisión” o “Lo leí en el celular”. De esta manera, se construye la verdad y se emite juicio.
Estamos acostumbrados en nuestros días a los juicios mediáticos y sus veredictos. Siempre queda un sabor de no haberse enterado de todo, más bien, solo de haber conocido algunas cuestiones mientras que el resto queda oculto en beneficio de uno u otro, dependiendo de quien tenga más poder.
Viene a mi mente en este contexto la conversación entre Jesús y Pilato. ¿Cuál es la verdad? ¿Quién la posee? Aquel que debe administrarla, en este caso, Pilatos, ¿debe escuchar al pueblo, que está siendo manipulado por los poderes de turno? ¿Debe escuchar en beneficio propio o a quien lo colocó en ese cargo? O bien, ¿debe escuchar al acusado, que seguramente tiene algo que decir en su defensa?
Mejor es lavarse las manos. Que Jesús haya argumentado “ser la verdad” (no tenerla) era muy complicado, porque implicaba permitir que Dios, la única verdad y justicia, participara en el asunto, lo cual resultaba complicado.
Lo sigue siendo hoy en día. Si realmente aceptamos la participación de Dios para establecer los parámetros de verdad y justicia, debemos dar un giro total en la dirección que como humanidad estamos tomando. Esto implica un cambio de paradigma tanto a nivel global en el mundo como en nuestras pequeñas historias cotidianas a nivel personal.
Dice el himno “Buscad primero el Reino de Dios y su perfecta justicia, y lo demás añadido será, aleluya” (Cancionero Abierto N° 329)
Norberto Rasch
