Lunes 8 de septiembre

 

Contra ti he pecado, y solo contra ti.

 

Salmo 51,4

 

¡Y así es! No podemos confesar nuestra fe con las palabras del Credo Apostólico sin reconocer que todas nuestras acciones, palabras y pensamientos siempre “involucran” a Dios. Nada, ni lo visible ni lo invisible, existe para sí mismo; todo es creado, todo tiene su ori gen en el Dios creador. El salmista lo tiene claro y expresa lo que yo quiero confesar y firmar. Asumir mi realidad cotidiana desde una perspectiva integral me ayuda a ver la creación con un criterio de respeto y asombro: la naturaleza, los animales, todos los seres, mi prójimo y, ¡yo también! Todo es una gran manifestación del amor divino.
Pero la humanidad (y yo soy parte de ella) hace un gran esfuerzo para llevar la obra del creador al borde del abismo.
Muchas de nuestras acciones no tan buenas las cometemos sin pensar y de forma inconsciente. Otras, en cambio, las hacemos a propósito, para dañar al prójimo, para destruir. No hace falta entrar en detalles; los conocemos muy bien. “Mi pecado yo bien lo conozco”, reza el salmista.
Hacer un alto en el camino, en la corrida cotidiana, y animarse a hacer la pregunta esencial: ¿Qué he hecho? Contra ti, Señor, he pecado; contra el hermano, la hermana que has puesto a mi lado; contra la naturaleza.
Y entonces miro la cruz y empiezo a entender la magnitud de la gracia, y ahora sí, asumo mi vida, mis acciones y mis pensamientos de una manera nueva. ¿Cómo? Viviendo a partir del perdón.
“¿Cómo superamos el mal? Perdonando sin cesar. ¿Cómo hacerlo? Mirando al enemigo como lo que verdaderamente es: como aquel por quien Cristo murió y a quien Cristo ama” (Dietrich Bonhoeffer).

 

Reiner Kalmbach

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