Estudio bíblico: «La misión a la luz del Evangelio»

 

La misión a la luz del evangelio

Estudio Bíblico

Autora: Pastora Annedore Held

Yo he venido para que tengan vida, y para que la tengan en abundancia.

Juan 10,10

Hay diferentes maneras de leer las Sagradas Escrituras. A diferencia de quienes lo hacen de manera literal, fundamentalista y hasta selectiva, desde nuestra tradición protestante sostenemos que el amor de Dios manifestado en Jesucristo y su voluntad de vida plena para todas sus criaturas es y debe ser siempre el eje conductor de toda lectura bíblica. En este sentido las Sagradas Escrituras no tienen un valor en sí mismo sino deben relacionarse siempre con la realidad de vida y la vivencia de fe de quienes las leemos. Tal afirmación subraya que, efectivamente, las Sagradas Escrituras son la fuente y norma para la fe y la vida cristiana. Pero también afirma que las Sagradas Escrituras son Palabra de Dios solamente en la medida en que “conducen a Jesucristo” (Juan 14,6).  Y es, por ende, solamente a partir del Espíritu Santo, aquel “Defensor que el Padre va a enviar en mi nombre, (y que) les enseñará todas las cosas” (Juan 14,26) que podremos entender su profundo significado.

Esta perspectiva supone que para su correcta comprensión resulta necesario reconocer que los escritos bíblicos son testimonios de fe pronunciados dentro de un determinado tiempo y contexto histórico, social y cultural y que necesitan ser interpretados hacia la realidad concreta, individual y comunitaria de quienes recurrimos en ellas. Esto significa que así como algunas situaciones planteadas dentro de las Sagradas Escrituras, según nuestra interpretación actual, se limitan en su significación a su contexto histórico original, así temáticas sumamente actuales para nosotros pueden no estar desarrolladas o ni siquiera estar contempladas como posibilidad. Entendemos, por consiguiente, que la Biblia no es un libro de preguntas y respuestas ni mucho menos de recetas para cada situación de vida sino aquella fuente de revelación divina mediante la cual el Dios de la Vida nos quiere ayudar a encontrarlo en medio de nuestras realidades, alegrías, sufrimientos y desafíos concretos.

Habiendo compartido este concepto de abordaje bíblico como llave para su interpretación tratemos de encarar aquellas preguntas sobre nuestra misión que en lo personal pero también en lo comunitario e institucional nos están ocupando.

¿Quién es el/la protagonista de la misión?

¿Cuál es su objetivo?

¿Qué estructura nos debemos dar para lograrlo?

En verdad, desde siempre la pregunta sobre quién es el/la que decide sobre o, mejor dicho, impulsa lo que hacemos tanto en lo personal como así también como comunidades es un asunto sumamente relevante. ¿Hacemos las cosas porque a nosotros nos parecen bien o respondemos a un mandato, a una fuerza, a un llamado que está por encima de la arbitrariedad de nuestro propio criterio, de nuestros propios deseos?

Llama poderosamente la atención que desde el Génesis y hasta el Apocalipsis todos los grandes líderes tanto del pueblo de Israel como de las primeras comunidades cristianas no actuaron respondiendo a sus propios caprichos personales sino en respuesta a un claro llamado que Dios les había extendido (ver cuadro). No siempre el llamado fue aceptado con la misma disposición como lo hizo Abram. Jeremías, por ejemplo, se consideraba demasiado joven, y objetó no saber hablar. Desobedecer un llamado tenía consecuencias graves. Jonás, en vez de ir a Nínive a anunciar lo que Dios le había encomendado, huyó y se embarcó hacia Tarsis… y le fue bastante mal. Actuar sin expreso mandato divino le costó a Moisés la entrada a la tierra prometida. Ejemplos que marcan no solamente la importancia de contar con un llamado sino las consecuencias que tiene actuar en fidelidad (o en disonancia) con él.

Aplicando este fundamental concepto del llamado, y subrayando la supremacía de Dios en la vida tanto individual como colectiva, es que se fue gestando a lo largo de la historia de la iglesia el concepto de la así llamada “missio Dei” (la misión de Dios). “¡Paz a ustedes! Como el Padre me envió a mí, así yo los envío a ustedes” (Juan 20,21). Dios en su esencia es misión: el Padre envía al Hijo; el Hijo y el Padre envían al Espíritu Santo; el Padre, el Hijo y el Espíritu Santo envían a la iglesia al mundo. Pero la misión no le pertenece a la iglesia. Nace en el corazón de Dios, actúa en la historia y está orientada a posibilitar, por gracia y para gloria de Dios, que todos y todas puedan tener vida, y que la tengan en abundancia (Juan 10,10). A la iglesia se le da el privilegio de participar en la misión de Dios, por cuanto su misión jamás puede tener una existencia independiente y autosuficiente sino debe estar siempre orientada y vinculada a la misión de Dios en el mundo. Es como que el trabajo de la iglesia debe ser entendido como parte del trabajo de Dios en el mundo. Somos herramientas a las cuales Dios, circunstancialmente, llama para aportar a su fin.

Estrechamente ligado a este concepto de que Dios en su esencia es misión y que invita a la iglesia a participar en ella, está la convicción de que una iglesia que no hace misión es incongruente. Hasta se podría llegar a preguntar si una iglesia que no hace misión es verdaderamente una iglesia.

Entonces, a la luz de la convicción de que Dios es el sujeto de la misión y que Él nos llama a nosotros/as a participar en ella vale la pena detenernos y preguntarnos:

¿Hemos alguna vez sentido el llamado de Dios?

¿Hemos podido responder a ese llamado?

¿Cómo se relaciona el concepto de la “missio Dei” con nuestra pregunta sobre qué debemos hacer?

¿Cómo se relaciona el concepto de la “missio Dei” con nuestra pregunta sobre qué iglesia queremos ser?

Asimismo vale la pena volver a leer algunos de aquellos textos de nuestras Sagradas Escrituras que hemos compartido más de una vez y de los cuales afirmamos haberlos entendido para abordarlos desde una mirada histórico-crítica como la que planteábamos más arriba y con especial atención en la “missio Dei” de la cual somos llamados a participar para descubrir, desde la misma Palabra de Dios, qué respuesta espera Dios de nosotros a la pregunta sobre la misión a la cual somos llamados como personas, como comunidades y como iglesia toda.

Lucas 10,29-37   El buen samaritano (DHH)

29  Pero el maestro de la ley, queriendo justificar su pregunta, dijo a Jesús: “¿Y quién es mi prójimo?”

30  Jesús entonces le contestó: “Un hombre iba por el camino de Jerusalén a Jericó, y unos bandidos lo asaltaron y le quitaron hasta la ropa; lo golpearon y se fueron dejándolo medio muerto. 31  Por casualidad, un sacerdote pasaba por el mismo camino; pero la verle, dio un rodeo y siguió adelante. 32  También un levita llegó a aquel lugar, y cuando le vio, dio un rodeo y siguió adelante. 33  Pero un hombre de Samaria, que viajaba por el mismo camino, al verle, sintió compasión. 34  Se acercó a él, le curó las heridas con aceite y vino, y le puso vendas. Luego lo subió a su cabalgadura, lo llevó a un alojamiento y lo cuidó. 35  Al día siguiente, el samaritano sacó dos monedas, se las dio al dueño del alojamiento y le dijo: ´Cuide a este hombre, y si gasta usted algo más, yo se lo pagaré cuando vuelva.´ 36  Pues bien, ¿cuál de esos tres te parece que fue el prójimo del hombre asaltado por los bandidos?”

37  El maestro de la ley respondió: “El que tuvo compasión de él.”

Jesús le dijo: “Pues ve y haz tú lo mismo.”

  1. Leer detenidamente el texto, en lo posible en varias versiones
  2. Ubicarlo dentro de su contexto:

¿Cómo se viajaba en la época de Jesús?

¿Qué rol se les adjudicaba a los sacerdotes y levitas?

¿Qué relación había entre el pueblo de Israel y los samaritanos?

¿Qué aspectos se destacan de la actitud que tuvo el hombre de Samaria?

¿Por qué Jesús invierte la pregunta del maestro de la ley (comparar los versículos 29 y 36)?

  1. Formular el mensaje central del texto
  2. Analizar qué reacciones produce este mensaje central en nosotros/as
  3. Actualizar el mensaje hacia nuestra realidad concreta de hoy día:

¿Quiénes son los/las asaltados/as, caídos/as y golpeados/as de nuestro tiempo?

¿Qué deberíamos hacer para ser como el buen samaritano de la parábola?

 

El llamado de Dios

Abram   →    Génesis 12,1-

Moisés  →    Éxodo 3,1 – 4:17

Josué    →     Josué 1, 1-7

David    →    1ª Samuel 16,1-13

Jeremías   → Jeremías 1,1-8

Jonás        → Jonás 1,1+2

Discípulos  → Lucas 9,1-5 y paralelos

Discípulos  → Mateo 28, 16-20

Pablo         → Hechos 9,1-19

Siervo Juan  → Apocalipsis 1,  1-3

Bibliografía que puede interesar

Dr. José Míguez Bonino: La iglesia en el mundo, Mensaje en la 74ª Conferencia Anual de la Iglesia Metodista en 1966

Jonathan Kindberg: La misión de Dios: Introducción a una teología latina de Missio Dei, 2018

John G. Flett: El Testigo de Dios. La Trinidad, Missio Dei, Karl Barth y la naturaleza de la comunidad cristiana. 2010

Pastora Annedore Held

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