Y no había entre ellos ningún necesitado, porque todos los que poseían terrenos o casas los vendían, y el dinero lo llevaban y lo ponían en manos de los apóstoles.
Hechos 4,34-35a (RVC)
La foto de la comunidad de fe que nos presenta el libro de Hechos parece de otro mundo. Primero no había ningún necesitado, segundo los que tenían propiedades las vendían y tercero lo recaudado se entregaba a los apóstoles que lo distribuían. El autor de Hechos, que es el mismo que el del Evangelio de Lucas, insiste en las consecuencias prácticas de la obra del Espíritu Santo en la comunidad.
Comunidad que tiene dificultades y afronta la persecución por el testimonio decidido de los apóstoles de la resurrección de Jesús. En ese contexto toma más fuerza el cuidado mutuo, la generosidad sin medida y la confianza en la administración. Pese a las dificultades la “congregación” brinda un testimonio contracultural y contracorriente destinado a extirpar el egoísmo, la insensibilidad y la injusticia.
El mundo romano basaba su economía en la explotación esclavista y el dominio férreo de otros pueblos. La comunidad de fe hace lugar a todos/as y expresa este hecho compartiendo la mesa como hermanos/as. Para que hoy esto se haga realidad debe ser algo más que una práctica estacional, debe tener continuidad en el tiempo y debe estar asentada firmemente en la comprensión de un Evangelio que potencia el servicio, la diaconía. Debemos desterrar la idea de que esta comunidad era perfecta pero es innegable que la vivencia de la fe apuntaba a una comunidad de vida y es ahí donde podemos encontrar el camino hoy.
Sin encuentro real, sin compartir los bienes y sin confianza, la iglesia no puede perdurar. Esto pone en juego algo difícil de encontrar: el tiempo. Sin ese tiempo compartido con autenticidad nunca habrá realmente comunidad.
Juan Carlos Wagner
Hechos 4,34-35
Temas: comunidad, compartir
