Saúl le dijo a su escudero: “Saca la espada y mátame, no sea que me maten esos incircuncisos cuando lleguen, y se diviertan a costa mía.”
1 Crónicas 10,4 (NVI)
Olvidar a Dios, una desgracia
1 Crónicas 10,1-14 es uno de los pasajes más tristes de la Biblia. Cuenta los momentos finales de Saúl, un hombre que debiendo quedar en la lista de héroes, terminó en la desgraciada referencia de los malos ejemplos. En una época donde las personas se destacaban por su habilidad en la guerra, Saúl llegó a ser un verdadero ídolo popular. De su mano, el pequeño Israel, temeroso y sometido, no solo aplastó las amenazas, sino que extendió los límites. Su valor y osadía contagiaban al resto.
Pero en el pico de la fama dejó que su ego se inflara con las mieles de la victoria, y fue encerrándose en un narcisismo autorreferente. Ocupó el resto de su vida en sostener la imagen ganada en lugar de gobernar con justicia, empeñándose en perseguir a hombres cuyos delitos eran destacar por méritos propios (David), u oponerse con criterio (los sacerdotes de Nob).
Llegó así a una batalla donde en cuestión de horas vio derribarse todo lo que había construido. Incluso sus tres hijos murieron ese día delante suyo. En los momentos finales, su corazón abatido, a diferencia de Sansón, no se volvió a Dios. Prefirió el suicidio antes que sus enemigos le refrieguen la derrota.
A cada uno nos queda el resto de la vida por delante. No importa el pasado, tenemos páginas en blanco. Que nuestra oración sea la del salmista:
Enséñanos a contar bien nuestros días, para que nuestro corazón adquiera sabiduría. (Salmos 90,12 NVI)
Daniel Ángel Leyría
1 Crónicas 10,1-14