Desde el fondo del abismo clamo a ti, Señor: ¡escucha, Señor, mi voz!, ¡atiendan tus oídos mi grito suplicante! Señor, Señor, si tuvieras en cuenta la maldad, ¿quién podría mantenerse en pie?
Pero en ti encontramos perdón, para que te honremos.

Salmo 130:1-4

En más de una oportunidad, totalmente agobiados, sentimos que nuestra vida está en el fondo del abismo. La angustia y desazón nos convierten en las criaturas más desdichadas y desafortunadas del mundo, nublando nuestra visión de futuro, imaginando que ese puede ser nuestro fin. Y es cuando nos preguntamos ¿por qué nos tocó vivir tal o cual situación?¿por qué a mí? Interrogantes que pueden durar horas, días, meses y años.
Pero si la oración y relación con Dios han sido nutridas cada día, con seguridad pondremos en sus manos cada uno de nuestros problemas y no dejaremos que el sufrimiento rompa nuestra relación con Él. Es la oración una de las armas más poderosas que tenemos para salir adelante. Y aunque nuestras angustias se expresen con reclamos, igual manifiestan nuestra entrega y confianza. Porque cuando logramos poner nuestras vidas en sus manos, en súplica y oración, también nos acercamos a la fe y esperanza de un mañana mejor, sabiendo que somos redimidos en Cristo Jesús.

Si la fe se derrumba con las pruebas,
como piedra que se estrella
contra lo que no se ve.
Si el dolor le hace trampa a la alegría,
Dios se arrima a nuestra vida,
nos anima con su amor
Renacer para una esperanza viva,
como rama florecida sobre el tronco, renacer.
Renacer a una tierra prometida,
una herencia compartida: ¡Palabra de Dios! (Canto y Fe Nº 239)

María Esther Norval
Salmo 130,1-4

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