No juzguen a otros, para que Dios no los juzgue a ustedes.

Mateo 7,1

Cada vez que se debate sobre una ley tal como la de divorcio, del matrimonio igualitario, de despenalización del aborto u otra, sur-gen los “buenos”, los “éticos”, y condenan situaciones y a quienes dicha ley intenta proteger. Así también critican ásperamente a las personas divorciadas, a gays o a los hijos de los demás, hasta que, en el seno de sus propias familias se presenta una situación semejante, y ya no pueden opinar sobre la vida de los otros, – o tal vez comprenden.

Hay quienes se consideran con autoridad de hablar sobre otros porque creen que son los que más han sufrido en la convivencia con alguien, o más obstáculos y dificultades han debido sortear en la vida. Podemos ofender a otra persona, porque cada cual vive su dolor de distintas formas, y actúa y decide como mejor puede.

Leí recientemente este mensaje:

“No hables de lo que no viste, ni condenes lo que tú no has sentido. Cada uno sabe el dolor que carga, el peso que lleva, la dificultad que pasa, y las luchas que enfrenta. Todos tenemos nuestra propia historia de vida, que no corresponde ser juzgada por quien no la vivió ni la conoce.”

Al criticar a otros estamos hablando de nuestra propia miseria y, por qué no, de lo que no nos permitimos a nosotros mismos ni permitimos a otros. Por eso, el juzgar no va unido a la misericordia. En la ocasión en que trajeron ante Jesús a una mujer, acusándola, él afirmó que quien no tuviera pecado arrojara la primera piedra contra ella. En más de una oportunidad, creo, debemos ser los primeros en dejar nuestros pesados juicios en el suelo y retirarnos con vergüenza.

Señor, danos en este día una mente flexible y atenta, ayúdanos a no apurarnos a opinar tan livianamente sobre la vida de otras personas. Amén.

Patricia Haydée Yung

Mateo 7,1-6

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