Lo que era desde el principio, lo que hemos oído, lo que hemos visto con nuestros ojos, lo que hemos contemplado y palparon nuestras manos referente al Verbo de Vida.
1 Juan 1,1
Las personas somos especialistas en separar lo que debe permanecer unido; el día y la noche, el invierno y la primavera, lo exterior y lo interior, el cuerpo y la mente, la razón y los sentimientos, la tierra y el cielo, lo material y lo espiritual… Por eso es tan importante dejarnos interpelar por el mensaje de la primera carta de Juan. Esta carta fue escrita para compartir la experiencia real y tangible de la comunión con Jesús, el verbo de Dios.
Desde el principio este verbo ya estaba, superando las barreras de espacio y tiempo, pero lo más importante es que ese verbo se encarnó y fue escuchado, visto y tocado. No se trata de una abstracción, ni de una ilusión, sino de un hecho verificado en la historia humana. Ese verbo une el cielo y la tierra, lo material y lo espiritual, lo efímero y lo eterno, la palabra y la acción, lo alto y lo bajo, el cuerpo y la mente, lo que se ve y lo que no se ve. En Jesús se verifica en plenitud aquello que la Biblia une desde el principio: la Palabra y la acción, sin fisuras.
La Palabra viva, Jesucristo, es cabalmente la “dabar” (hebreo) de Dios, la indisoluble manifestación de lo que se dice, se hace y se vive. La plena autenticidad y unidad de todo el ser, sin máscaras, sin hipocresía, sin dobles intenciones. Por eso el verbo (dabar) es el verbo y, en modo alguno puede ser equiparado a nuestras palabras, que reflejan separación entre el habla y la práctica.
Somos nuestras contradicciones y separaciones, pero el Evangelio nos llama a reunir lo separado en nosotros/as, a trabajar en nuestra integridad y nuestra autenticidad. Asumir nuestra radical provisoriedad es hacer espacio para que Dios una nuestras piezas y nos salve de la fragmentación desde el horizonte de la máxima unidad, el amor pleno.
Juan Carlos Wagner
1 Juan 1,1-4
Temas: palabra, acción, encarnación, unidad
